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Dejé la docencia a nivel universitario para refugiarme en la montaña y ver si me topaba con eso que la gente comúnmente llama "libertad".

Lo cierto es que no elegí una montaña cualquiera, sino aquella que me vio crecer, y también esa con la que se dieron de bruces los primeros ecos de nuestra lengua castellana.

Tenéis ya lo suficiente como para poder ubicarme con suma precisión en el mapa. Al menos mi cuerpo, pues mi ánimo es insultantemente escurridizo hasta para mí. De él solo tengo clara una cosa, y es que únicamente soy un don nadie que intenta pensar la contradicción de la que está hecho, uno más.

También me llamo David, me conocen por mi apellido y tengo veintiocho años.